¿El cerebro humano está programado para la corrupción? La neurociencia lo explica
Nuevos hallazgos de la neurociencia explican cómo el poder, la presión social y los circuitos de recompensa del cerebro influyen en las decisiones corruptas.
Nuevos hallazgos de la neurociencia explican cómo el poder, la presión social y los circuitos de recompensa del cerebro influyen en las decisiones corruptas.
La corrupción sigue siendo uno de los mayores males que aquejan a las sociedades democráticas, pero ahora la neurociencia ofrece respuestas sobre por qué las personas ceden ante este impulso. Lejos de ser un destino inevitable, estudios recientes demuestran que el poder prolongado y los entornos permisivos pueden alterar los mecanismos de autocontrol del cerebro, debilitando la conciencia ética e incentivando comportamientos corruptos.
EL CEREBRO FRENTE A LA TENTACIÓN
Los circuitos cerebrales relacionados con la recompensa, la planificación y el autocontrol son determinantes cuando una persona enfrenta la tentación de una conducta corrupta, como aceptar un soborno o abusar del poder para beneficio personal. Cada vez que una acción corrupta tiene éxito, se refuerzan las conexiones neuronales que invitan a repetirla, bloqueando los mecanismos que permiten evaluar las consecuencias éticas de los actos.
Además, las estructuras cerebrales que nos ayudan a resistir gratificaciones inmediatas se ven afectadas, y el éxito de la corrupción tiende a apagar las alarmas morales internas. Esto se agrava en contextos donde las conductas dudosas se normalizan, ya que la presión del grupo activa áreas del cerebro social que motivan a imitar el comportamiento, incluso en contra de los principios individuales.
PRESIÓN SOCIAL Y DESENSIBILIZACIÓN
El cerebro humano está programado para buscar la aprobación del grupo, un rasgo evolutivo que puede volverse perjudicial cuando el entorno tolera la corrupción. Investigaciones muestran que la exposición continua a estas prácticas genera desensibilización, atenuando la respuesta de las áreas que identifican el peligro y silencian la alarma moral.
El fenómeno de “racionalización” hace que conductas inapropiadas se perciban como “necesarias” o “menos graves”, permitiendo que la corrupción se normalice en la vida cotidiana y en las estructuras de poder. Este ajuste mental se refuerza con la falta de empatía, ya que el cerebro se enfoca en el beneficio personal, debilitando las redes de autocontrol y sensibilidad social.
¿CÓMO PREVENIR EL AVANCE DE LA CORRUPCIÓN?
Los especialistas concluyen que para prevenir la corrupción se deben fortalecer los contextos institucionales con normas claras, controles efectivos y sanciones reales, evitando entornos permisivos que silencien las alarmas éticas del cerebro. La neurociencia también resalta la necesidad de implementar mecanismos de reprobación social y de fortalecer la conciencia colectiva para resistir la tentación de la corrupción y frenar su normalización en los espacios de poder.
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