Japón enfrenta un fenómeno social preocupante: cada vez más adultos mayores cometen delitos menores para ser encarcelados. Lejos de responder a un perfil delictivo convencional, esta situación revela problemas estructurales como el aislamiento social, la pobreza y un sistema de bienestar insuficiente.
El envejecimiento de la población carcelaria japonesa refleja el envejecimiento del país en general. En la prisión de mujeres de Tochigi, la más grande de Japón, muchas internas de edad avanzada reciben asistencia para alimentarse, caminar y tomar medicamentos, en un entorno que para algunas representa mayor estabilidad que la vida en libertad.
Pobreza y aislamiento: el origen del problema
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), citados en un reportaje de CNN, un 20% de los japoneses mayores de 65 años vive en condiciones de pobreza. Para aquellos con pensiones insuficientes, cometer pequeños hurtos se convierte en un acto de desesperación.
Este fenómeno se ha intensificado en las últimas décadas. En los últimos 20 años, la cantidad de internos mayores en Japón se ha cuadruplicado, lo que ha obligado al sistema penitenciario a adaptarse a sus necesidades específicas.
Las cárceles como asilos improvisados
Ante este incremento, las prisiones japonesas han implementado servicios de cuidado a largo plazo, en los que los guardias ahora no solo supervisan a los reclusos, sino que también cambian pañales, administran medicamentos y brindan asistencia en la higiene personal.