La «noche de brujas» está basada en la antigua Samhain (o Samagín), una celebración milenaria en la que los hechiceros trataban de apaciguar al señor de la muerte y pedir por las almas de los fallecidos, realizando sacrificios humanos y brujería.
Calabazas, disfraces y jolgorio. Lo que hoy en día se conoce como Halloween (las costumbres que nos han llegado desde Estados Unidos gracias a las películas) poco tiene que ver con la fiesta de la que proviene y es que, el origen de esta celebración se encuentra en el Samhain o Samagín. Una conmemoración celta milenaria en la que los druidas de la antigua Britania pedían por las almas de los fallecidos al dios de la muerte; se encendían gigantescas fogatas para ahuyentar a los espíritus malvados y, además, se llevaban a cabo sacrificios humanos para ver el futuro. La barbaridad a la que llegó fue tal que, cuando los romanos arribaron a las islas, prohibieron parte de las actividades.
Los celtas creían que, el 31 de octubre, el velo existente entre el presente, el pasado y el futuro caía, por eso esta fecha era tan esperada para estas prácticas de adivinación y magia.
Con el paso de los años, y usando como vía de entrada la civilización romana, la Iglesia Católica trató de dar una vuelta al festival para acabar definitivamente con las creencias celtas. El Papa Gregorio III, implantó la fiesta de los Mártires Cristianos el día 1 de Noviembre, haciéndola coincidir de esta forma con la fecha de la celebración de Samhain, y más adelante, el Papa Gregorio IV amplió esta celebración a todos los santos del panteón cristiano. En esos años fue cuando se cambió el nombre del festival a «All Hallow's Eve», término que derivaría posteriormente en el actual Halloween.