La madrugada de este miércoles, la violencia volvió a golpear a Lima Norte. Dos personas fueron halladas sin vida en la avenida Josefina, a escasos metros de la muralla de Chuquitanta, en San Martín de Porres. Según la Policía Nacional del Perú, las víctimas presentaban señales de tortura y múltiples impactos de bala. En el lugar se encontraron más de diez casquillos, lo que confirma que se trató de una ejecución planificada.
Una zona convertida en corredor del crimen
En menos de un mes, seis personas han sido asesinadas dentro del mismo perímetro, comprendido entre la muralla de Chuquitanta y la zona agrícola cercana al río Chillón. El 8 de octubre se reportó el homicidio de tres jóvenes —dos de ellos menores de edad— en la calle Uranio. Días después, el 3 de noviembre, otro hombre fue ejecutado a menos de 500 metros de esa zona. Ahora, el hallazgo de las dos nuevas víctimas refuerza la tesis de un patrón criminal que se repite en un cuadrante donde no hay cámaras de seguridad ni presencia policial permanente.
Los vecinos denuncian que el área, antes conocida por su carácter agrícola, se ha convertido en un punto de abandono y peligro. Afirman que los sicarios llegan en mototaxi, cometen los crímenes y huyen por trochas sin vigilancia. “Ya no solo matan cerca de la muralla o la Huaca Paraíso; ahora se mueven más lejos”, señaló una residente que pidió mantener su identidad en reserva.
Las autoridades locales han prometido reforzar el patrullaje y la presencia del serenazgo, pero los hechos demuestran que la respuesta aún no llega. Chuquitanta, donde en 2015 fue asesinado Patrick Zapata Coletti —amigo del procesado Gerald Oropeza—, parece haberse consolidado como un escenario recurrente de ejecuciones. Hoy, los vecinos temen que la zona siga siendo, literalmente, un cementerio al paso de los sicarios.