Aunque socialmente suele asociarse con la pereza o el descuido, el desorden no siempre es un signo de ineficiencia ni un problema mental. Desde la psicología contemporánea, se entiende como una manifestación de estilos cognitivos particulares, creatividad e incluso resistencia inconsciente a normas culturales rígidas. En ciertos perfiles, especialmente los vinculados al arte o la innovación, puede ser un rasgo funcional.
Patricia Faur, psicóloga clínica, explica que el desorden puede surgir como una respuesta a la presión por la estructura, sin interferir necesariamente en la productividad ni en el bienestar. “No todas las personas necesitan orden para sentirse bien o trabajar con eficacia”, sostiene. De hecho, la ciencia ha encontrado que un entorno caótico puede liberar el pensamiento convencional y favorecer soluciones más originales.
TIPOS DE DESORDEN
La psicología distingue tres formas principales de desorden:
- Físico, relacionado con objetos fuera de lugar o espacios desorganizados.
- Emocional, vinculado a la dificultad para procesar y gestionar sentimientos.
- Temporal o de prioridades, que se refleja en problemas para administrar el tiempo o jerarquizar tareas.
Mientras el desorden físico es más visible, los otros dos pueden tener consecuencias emocionales o funcionales más profundas. Aun así, especialistas destacan que muchas personas desordenadas presentan alta adaptabilidad, pensamiento lateral y tolerancia al cambio.
DESORDEN Y CREATIVIDAD
Estudios como el publicado en Psychological Science señalan que trabajar en ambientes desordenados puede estimular la creatividad. “Los entornos caóticos invitan a romper con lo tradicional y buscar nuevas ideas”, explica Kathleen Vohs, autora de la investigación. Esto explica por qué muchas personas creativas —como músicos, escritores o diseñadores— se sienten más cómodas en lo que llaman un “desorden funcional”.
Desde una mirada humanista, el desorden también puede interpretarse como una expresión de autenticidad y no necesariamente como un déficit. La clave, según expertos, está en distinguir si esa conducta causa malestar o interfiere con la vida diaria. Si no genera consecuencias negativas, no hay razón para modificarla.