El colesterol, durante años considerado el principal enemigo de la salud cardíaca, ha demostrado ser más complejo de lo que parece. Según un artículo de Science Focus, si bien esta sustancia cumple funciones esenciales en el organismo, su exceso —particularmente el colesterol LDL— está relacionado con más de 4.4 millones de muertes al año por enfermedades cardiovasculares, muchas veces sin síntomas visibles. Nuevas investigaciones apuntan a un factor poco discutido pero influyente: el azúcar en la dieta.
IMPACTO SILENCIOSO
A diferencia de lo que muchos creen, el colesterol en sangre no proviene exclusivamente de alimentos grasos. Expertos revelan que el azúcar, al estimular al hígado a producir más lipoproteínas de baja densidad (LDL), puede ser un factor oculto en el aumento de colesterol dañino. Estas lipoproteínas llevan el colesterol desde el hígado hacia el resto del cuerpo, y su acumulación puede obstruir las arterias.
Además, el hígado genera cerca del 80% del colesterol corporal, por lo que una dieta alta en azúcares y grasas saturadas —como las presentes en aceites tropicales y productos ultraprocesados— puede alterar el equilibrio natural de este sistema. Reducir estos elementos de la alimentación y aumentar el consumo de fibra, granos enteros y legumbres puede ayudar a controlar los niveles de LDL.
¿CÓMO REDUCIR EL COLESTEROL?
La actividad física, especialmente el ejercicio aeróbico y el entrenamiento con pesas, ha demostrado mejorar los niveles de HDL (el colesterol “bueno”) y reducir el LDL. El ejercicio regular también enseña al cuerpo a utilizar la grasa como fuente de energía, disminuyendo su almacenamiento. Sin embargo, en casos más complejos, especialmente en personas con predisposición genética, se recomienda el uso de medicamentos como las estatinas, siempre bajo supervisión médica.
Según el profesor Sir Rory Collins, el colesterol es vital para funciones celulares y hormonales, pero necesita mantenerse dentro de niveles saludables. Para lograrlo, los especialistas recomiendan: 1) realizarse chequeos frecuentes, 2) reducir azúcares y grasas saturadas, 3) priorizar alimentos ricos en fibra, y 4) adoptar una rutina de ejercicio constante. Pequeños cambios pueden marcar una gran diferencia para el corazón.