Mientras en gran parte del mundo la Navidad se concentra en diciembre, en Filipinas la celebración se extiende por casi cinco meses, convirtiéndose en la Navidad más larga del planeta. Desde septiembre hasta enero, este país asiático vive una temporada marcada por la fe, la familia y una intensa vida social que refuerza su identidad cultural.
La tradición comienza apenas finaliza el verano. En septiembre, las calles, hogares y centros comerciales se llenan de luces, adornos y música navideña, dando inicio anticipado a una festividad que se vive con entusiasmo colectivo. Los centros comerciales, considerados el corazón de la vida urbana filipina, despliegan decoraciones tan elaboradas que los propios ciudadanos las describen como bongga, término local que significa extravagante o espectacular.
A diferencia de la Navidad occidental, el clima no acompaña con frío ni nieve. En diciembre, Manila registra temperaturas promedio de 28 °C, según la agencia meteorológica nacional Pagasa, lo que no impide que la celebración se viva con intensidad. En este contexto, las familias comienzan a organizar reuniones, cenas especiales y hasta camisetas personalizadas, reforzando el espíritu de unión.
FE, GASTRONOMÍA Y REENCUENTROS FAMILIARES
La religión cristiana es uno de los pilares de esta extensa celebración. De acuerdo con el censo de 2020, casi el 80 % de la población filipina se identifica como católica romana, lo que se refleja en una alta participación en ceremonias religiosas como el Simbang Gabi, una tradición de nueve misas al amanecer que inicia el 16 de diciembre y culmina en Nochebuena.
Tras las celebraciones religiosas, la gastronomía navideña cobra protagonismo con platos típicos como la bibingka, el puto bumbong, la caldereta y los famosos espaguetis filipinos, preparados con una salsa dulce que combina tomate, ketchup de banana y azúcar. A esto se suma el karaoke, infaltable en las reuniones familiares y símbolo de alegría colectiva.



