Los casos más macabros, sin duda, son aquellos en donde una fachada de ayuda y generosidad esconde todo lo contrario, llegando incluso hasta los actos más monstruosos. La historia se ha repetido una vez más en España, con una aparente defensora de los animales.
Se trata de Carmen Marín Aguilar (72), quien era la presidenta de una asociación defensora de animales en el sur del país y que recibió tres años y nueve meses de cárcel por matar lenta y dolorosamente a cientos de perros y gatos, recoge Infobae.
Según el Juzgado de lo Penal Nº 14 de la ciudad de Málaga, además tendrá que pagar una multa de 19 800 euros (unos 20 900 dólares) por habérsele encontrado culpable de maltrato de animal doméstico y falsificación de documento.
Por su parte, un empleado del refugio Parque Animal en Torremolinos, Málaga, Felipe Barco Gómez (55), recibió una pena de un año de cárcel y una multa de 3600 euros (unos 4000 dólares) por su cooperación en la muerte de las mascotas.
En la sentencia del 4 de enero que se conoció recién este lunes se lee que Marín Aguilar inyectaba productos eutanásicos sin sedar antes a gatos y perros, lo que incluía “tanto ejemplares adultos sanos de cualquier raza (…) como camadas de cachorros o hembras preñadas”. Barco Gómez los sujetaba.
La presidenta de la organización sin fines de lucro, y que supuestamente se dedicaba a cuidar de animales abandonados, usaba una dosis de los medicamentos inferior a la recomendada, continúa la sentencia.
Este hecho, sumado a que la inyección se aplicaba en músculos y no por vía intravenosa, “provocaba al animal, generalmente, una muerte lenta y con dolorosa y prolongada agonía”. Ambos sujetos fueron acusados de matar a 2183 animales entre enero de 2009 y octubre de 2010.
Entonces una inspección sacó las matanzas a la luz. La fiscalía indica que estas se habrían realizado para ahorrar costos y privilegiar las actividades privadas lucrativas, ya que el refugio operaba también como peluquería, residencia y clínica privada para animales.
Pese a ello, la mujer carecía del título de veterinario. En un acto que solo podría describirse como de maldad pura, la pareja desconectaba las cámaras de seguridad al momento de matar a los animales, y colocaba música en altavoces para ahogar los aullidos de dolor.
Ambos acusados, no obstante, negaron los cargos durante el juicio. Marín Aguilar señaló que ella no podía haber administrado las inyecciones porque les tenía “fobia”.
Una historia terrible que muestra que ni aún los animales más indefensos y desprotegidos se encuentran libres de tragedias por la perversidad humana, razón de más para protegerlos.