El 15 de agosto de 1945, el emperador Hirohito comunicaba en un mensaje radiofónico la rendición incondicional de Japón a una nación destrozada por la guerra, con más de tres millones de muertos y dos ciudades, Hiroshima y Nagasaki, arrasadas por bombas nucleares.
La guerra, la invasión de buena parte del continente asiático y las atrocidades cometidas por las tropas niponas dejaron también un reguero de odio por todo Asia que aún hoy día, 60 años después, aún marca las relaciones de Japón con sus vecinos.
En una ceremonia celebrada en el estadio Budokan de Tokio y a la que asistieron 7 mil 500 personas para honrar a los 2,3 millones de soldados y 800 mil civiles japoneses muertos en la guerra, el emperador Akihito (hijo de Hirohito) pidió que "nunca más se repitan los horrores del pasado".
En esa ceremonia participó también el primer ministro, Junichiro Koizumi, quien lanzó un mensaje de pesar y arrepentimiento por las acciones de Japón en el pasado. Japón "causó un tremendo daño y sufrimiento a las gentes de muchos países, especialmente de Asia, a través del dominio colonial y de la invasión", afirmó Koizumi.
China y Corea del Sur, víctimas de la agresión japonesa en la contienda mundial, han acusado en numerosas ocasiones a los líderes políticos nipones de no haber pedido disculpas "sinceras" por los hechos cometidos hace más de medio siglo.
Pekín y Seúl también denostan a Tokio por tergiversar la dolorosa historia común y ocultar los errores y brutalidades cometidos por sus ejércitos en Asia.
Hoy Koizumi reiteró el mensaje que ya lanzó en abril pasado en la Conferencia de Asia y Africa celebrada en Bandung (Indonesia) y en la que ya pedía perdón por los barbaridades cometidas en el pasado.
"Con humildad acepto este tipo de hecho histórico y declaro de nuevo un profundo remordimiento y sinceras disculpas desde el fondo de mi corazón, a la vez que expreso mis condolencias a todas las víctimas de la última gran guerra, dentro y fuera del país", dijo Koizumi.
El jefe del Ejecutivo subrayó que, 60 años después del fin del conflicto, es más necesario que nunca superar los recelos del pasado y "unir las manos, especialmente con China y Corea del Sur, para mantener la paz y buscar el desarrollo de la región".
Koizumi evitó avivar la ira de los vecinos asiáticos y desistió de acudir hoy al santuario sintoísta de Yasukuni, junto al Budokan, donde se honra la memoria de 2,5 millones de japoneses muertos en combate desde 1853, entre ellos 14 criminales de guerra, ejecutados al finalizar la contienda mundial.
Miles de personas de todo Japón acudieron este lunes a ese templo erigido en 1868, donde pudieron verse a varios ministros, políticos locales, ancianos que combatieron en todos los frentes de la guerra, sus familiares, curiosos y revisionistas de la historia nipona.
Entre estos destacaban tres jóvenes ataviados con uniformes de oficiales del ejército imperial japonés, con sable samurái incluido, que protestaban por la ejecución en Nankín, China, al finalizar la II Guerra Mundial, de tres criminales nipones de guerra.
Entre 40 mil y 300 mil personas fueron masacradas por las tropas invasoras niponas en Nankín, por entonces capital de China, entre diciembre de 1937 y febrero de 1938. Esos altos mandos fueron acusados de haber competido entre sí para ver quién llegaba primero al centenar de chinos asesinados en esos aciagos días.
Sin embargo, según dijo Ikeda, de 34 años, uno de los jóvenes vestidos con uniforme de hace 60 años, todo el proceso contra esos militares fue un montaje a partir de un reportaje que escribió un reportero de un diario de izquierdas.
"Al vestir estos uniformes queremos consolar a los espíritus de esos militares, que murieron en vano por culpa de un artículo de prensa", dijo Ikeda, quien subrayó la necesidad de "recuperar el orgullo perdido del pueblo japonés".
Aunque Yasukuni se convirtió hoy en un desfilar continuo de uniformes ultraderechistas y nacionalistas, sin embargo la mayor parte de los visitantes eran personas cuyo único deseo era rezar por aquellos que perecieron en la guerra.
Entre estos estaba una anciana de Kawasaki, de 85 años, quien perdió a su marido en Filipinas mientras luchaba contra las fuerzas de Estados Unidos, y con quien apenas compartió un año de matrimonio.
A su lado, otra mujer, de 80 años, y oriunda de Yokohama explicó también que en la guerra trabajó durante dos años en una fábrica de armas puliendo proyectiles de artillería y que uno de sus hermanos peleó en China.
"Ahora los jóvenes son muy débiles. En aquellos tiempos de la guerra, eran más fuertes, pero ello no impidió que ocurriera lo que pasó", añadió.
(Agencias)