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Este es el origen pagano del árbol navideño: una tradición más antigua que la Navidad

Prácticas de veneración a árboles sagrados fueron adaptadas por el cristianismo ante su arraigo cultural. Referencias bíblicas y críticas cristianas tempranas muestran la profundidad histórica.

Este es el origen pagano del árbol navideño: una tradición más antigua que la Navidad

Prácticas de veneración a árboles sagrados fueron adaptadas por el cristianismo ante su arraigo cultural. Referencias bíblicas y críticas cristianas tempranas muestran la profundidad histórica.




La tradición de decorar un árbol durante las celebraciones de diciembre tiene orígenes mucho más antiguos que la Navidad cristiana. Diversos pueblos de la Antigüedad atribuían a los árboles un carácter sagrado, lo que llevó a prácticas que más tarde serían reinterpretadas por el cristianismo. Ya en el siglo VII a. C., el profeta Jeremías cuestionaba la costumbre de cortar un tronco, adornarlo con metales y fijarlo con clavos, una práctica que consideraba un acto de vanidad frente a la figura del Dios verdadero.

Costumbres precristianas durante el solsticio de invierno

En los siglos siguientes, distintos autores cristianos criticaron los rituales paganos. Tertuliano, pensador de los siglos II y III d. C., deploraba que los romanos colgaran guirnaldas en casas y encendieran luminarias durante los festivales invernales. Esas celebraciones, como las Saturnales, incluían adornos en espacios públicos, aunque serían los pueblos celtas quienes incorporaron decoraciones más simbólicas al vestir robles con frutas y velas, buscando “revivir” la naturaleza y asegurar el retorno de la luz solar.

Con el paso del tiempo, estas prácticas resultaron tan arraigadas que la Iglesia optó por asimilarlas antes que erradicarlas. De acuerdo con la tradición cristiana, el misionero Bonifacio derribó un árbol venerado por paganos y, tras predicar el Evangelio, lo sustituyó por un abeto. Lo presentó como símbolo de paz, de vida eterna por su follaje perenne y como guía hacia el cielo por la forma de su copa.

La costumbre evolucionó en Europa central y del norte. Con el tiempo, los abetos empezaron a colocarse dentro de las viviendas, incluso suspendidos del techo, y más tarde se añadieron velas, inspiradas —según se cuenta— en la imagen que Martín Lutero tuvo de un árbol iluminado por las estrellas. Hoy, ciudades como Tallin y Riga sostienen haber exhibido el primer árbol navideño en una plaza pública, en 1441 y 1510 respectivamente, consolidando una tradición que perdura hasta la actualidad.


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