Lejos de las afables imágenes de sus cándidos "gordos", el colombiano Fernando Botero ofrece en esta exposición su personal visión sobre la violencia que acecha a su patria condensada en 27 dibujos y 23 óleos que el artista donó en 2004 al Museo Nacional de Colombia.
La singular colección, que ya fue expuesta en museos y galerías de América y Europa, estará en Buenos Aires hasta el 13 de agosto próximo y constituye uno de los acontecimientos culturales más importantes del año en Argentina.
Sorprende a los visitantes que, lejos de la atmósfera apacible que caracteriza a la obra de Botero, en esta serie realizada entre 1999 y 2004 el artista se mantiene fiel a su estilo al utilizar las figuras de sus "gordos" aunque aquí sometidas a los vejámenes del narcotráfico, la guerrilla y el comportamiento de los paramilitares colombianos.
El clima de denuncia es evidente, sí, pero la amonestación no deja de llevar el sello "boteriano" de autenticidad formulado desde la seductora ingenuidad popular, los contrastes de escala y los típicos personajes hinchados del artista, aunque aquí aparezcan apuñalados, tiroteados o muertos.
Quizá por su gran tamaño y su carga simbólica casi es imposible mirar sin escozor los óleos "El desfile" (2000), "La muerte en la Catedral" (2002), "Masacre de Ciénaga Grande" (2001) y "Masacre en Colombia" (2000).
Sin embargo, no por ser de menores dimensiones tienen menos fuerza dramática los pasteles y dibujos a lápiz desde los que desplazados por la violencia, secuestrados, mutilados y torturados dan silenciosos gritos de dolor.
"Estas obras muestran la tenebrosa realidad de la guerra y de la violencia que hemos padecido los colombianos y producen en el observador un profundo estremecimiento de dolor y tienen un profundo valor histórico", dijo la directora del Museo Nacional de Colombia, María Victoria Robayo, en la inauguración de la muestra en Argentina.
Botero, nacido en Medellín en 1932, siempre se había proclamado como un defensor de la idea del arte como motor para generar placer en el público, no angustia, pues, según aseguró, "la gran pintura tiene una actitud positiva ante la vida".
Pero aunque en principio estaba en contra de la utilización ideológica del arte como un "arma de combate", la magnitud del drama que vive Colombia terminó por hacer mella en lo que creía el artista, inspirando las obras que ahora se pueden ver en Buenos Aires.
Así las cosas, el pintor sintió la "obligación moral" de dejar un testimonio sobre un momento irracional de la historia colombiana, no con la intención de "arreglar las cosas" sino para dejar "el testimonio de un artista que vivió y sintió su país y su tiempo".
Con todo, esta serie no supone la primera aproximación de Botero sobre la violencia, asunto que asomó en el mural "Masacre de los inocentes", de la pasada década los años 60, y los cuadros "Las noches del doctor Mata" (1963), "Teresita la descuartizada" (1963) y "El asesinato de Rosa Calderón" (1970).
Otro antecedente es "Guerra", de 1973, en el que, a la manera de una naturaleza muerta, amontona militares, sacerdotes, mujeres y niños como si se tratara de un campo de batalla.
"No hay mejor y más incisivo testimonio de la criminal inutilidad de la violencia que el que van dejando las imágenes de los artistas visuales a lo largo de la historia", sostuvo Roberto Bellucci, director del Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina, que hace trece años albergó una gran muestra de pinturas y esculturas de Botero.
Según Bellucci, el artista colombiano "no pretende exacerbar el horror; por el contrario, su objetivo es atenuar la agresión de la cruda imagen testimonial derivándola hacia una descripción figurativa afín a su ideología y a su estilo".
(Agencias)