Luego de ‘la captura del siglo’ el 12 de setiembre de 1992, Abimael Guzmán fue presentado a la prensa nacional e internacional 12 días después. Aquel 24 de setiembre la expectativa era inmensa. Todos querían ver al ser que fue capaz de llevar al Perú al borde de un abismo de sangre y muerte,
Guzmán, el ‘camarada Gonzalo’ fue presentado en la actual sede de la Policía Nacional de Transito, en el Cercado de Lima, de un modo impactante y simbólico: en una enorme jaula soldada contra una pared que estaba cubierta por una lona de colores vivos.
El cabecilla de Sendero Luminoso se convertía en una exhibición para las decenas de periodistas extranjeros y peruanos que se encontraban expectantes. Los sentimientos encontrados de estos últimos se desbordaron en el ambiente. También habían sufrido el reino de terror de Abimael.
Por momentos guardar la compostura era imposible. En medio de gritos e insultos, tal como había ocurrido con los miembros de su cúpula, Abimael entró en escena pero no se amilanó. A voz en cuello daba órdenes, respondía. Exigía silencio para hablar.
Una mente anómala se asomaba detrás de sus palabras desafiantes y comenzó un discurso en el que, en lugar de mostrar culpa o confusión, amenazaba. Decía que su guerra continuaría y que él vencería. “Piensan que es una gran derrota, sueñan (…) es simplemente un recodo (…) triunfaremos”.
El más grande genocida de la historia del Perú contemporáneo incluso se dio el lujo de dar instrucciones a quienes quisieran entrevistarlo. Sin duda, su habilidad para manipular, la firmeza de sus ideas trastornadas y la gran soberbia y nulo remordimiento que exhibe son una señal de alarma.
Tanto la sangrienta obra como palabras de Guzmán han quedado resonando en la historia de nuestro país a modo de advertencia. Individuos y pensamientos como los suyos pueden ser contenidos, pero nunca eliminados del todo.
Por ello, es nuestro deber recordar, aprender de lo que vivimos. Y estar siempre alertas para reguardar la paz que tanto dolor, sangre y muertes nos costó conseguir.