Aunque Lima suele ser señalada como una ciudad gris, si se observa con detenimiento, su panorama revela una gran vitalidad creativa. Murales, música callejera y propuestas artísticas emergen en distintos barrios, mostrando que el arte vive en sus esquinas. Sin embargo, esta riqueza cultural enfrenta grandes barreras: una oferta concentrada en pocos distritos, escasa inversión pública y una limitada participación ciudadana. Aunque el Perú ya cuenta con una política nacional de cultura, el acceso desigual a estas expresiones sigue siendo uno de los principales desafíos.
El panorama se agrava cuando se compara con otras ciudades latinoamericanas que han entendido a la cultura como un eje esencial para el desarrollo. Mientras Argentina se posiciona como una potencia teatral con más de 300 escenarios, Lima apenas cuenta con 86 salas de teatro, la mayoría ubicadas en distritos céntricos como Miraflores, Barranco y el Cercado de Lima. En contraste, propuestas comunitarias y autogestionadas en otros distritos luchan por sostenerse sin apoyo estable. Esta falta de descentralización cultural impide que el arte llegue a todos por igual.
El arte como derecho y herramienta de transformación
Experiencias internacionales como las bibliotecas-parque en Medellín o los espacios culturales en zonas vulnerables de Cartagena y Santiago de Chile demuestran cómo la cultura puede integrarse en el tejido social para generar cambio. En el Perú, sin embargo, muchas iniciativas culturales siguen dependiendo del esfuerzo personal de artistas y gestores, lo que limita su impacto a largo plazo. A pesar de ello, hay espacios que han demostrado lo que es posible cuando se apuesta por el acceso inclusivo a la cultura.
El Gran Teatro Nacional, inaugurado en 2012, es un ejemplo claro. No solo alberga espectáculos de gran formato como óperas y conciertos sinfónicos, sino que también promueve la formación de públicos, especialmente escolares y personas con discapacidad. Programas de inclusión y formación buscan que más peruanos se reconozcan como espectadores y participantes activos de la vida artística, fomentando así una ciudadanía cultural más amplia y diversa.
Cultura viva en los rincones de la ciudad
Espacios como la Casa de la Literatura Peruana también apuestan por una cultura accesible. Ubicada en una antigua estación de tren, este lugar ofrece talleres, exposiciones y actividades gratuitas que conectan al público con la palabra, la historia y la creatividad. La infraestructura histórica se ha adaptado para incluir tecnologías y soportes visuales, promoviendo un encuentro más dinámico con la lectura y las artes visuales.
Desde los bares de rock en Miraflores hasta los murales de Barranco, pasando por museos tecnológicos como el de las ilusiones, la ciudad muestra una oferta rica, aunque todavía poco equitativa. La cultura en Lima no se ha detenido, pero para que prospere necesita del compromiso del Estado y de una ciudadanía que entienda que el arte no es un lujo, sino un derecho y una herramienta de transformación. En un país con profundas brechas sociales, la cultura puede y debe caminar de la mano con otros derechos fundamentales.