Todos los días miles de comerciantes informales ofrecen sus productos por calles y plazas de la gran ciudad. La competencia es muy fuerte, por eso tienen que convencer, muchas veces como sea, a sus potenciales clientes de las bondades y beneficios de sus productos.
Para llamar a la clientela no tiene otra cosa que su voz, estos vendedores se pasan más de doce horas gritando las ofertas y novedades que tienen sus productos, además los policías municipales los obligan a caminar continuamente, pues si se detienen obstruyen la circulación de los transeúntes. Ellos siguen en la lucha, un día de buena venta les permite darse unos "gustitos", afirman.
Saben que dañan su garganta, saben que esto a la larga perjudica su salud, que todos los días están expuestos a accidentes, pero afirman que tiene que trabajar para vivir, que de ellos dependen sus familias, en algunos casos numerosa, así que a seguir “guerreando” y confiando en Dios para no enfermarse, pues casi ninguno de ellos cuenta con un seguro médico.
Están en todos lados, son de distintas edades, muchos ya son mayores y deberían estar descansando, gozando de sus nietos, pero todos trabajan por salir adelante, a algunos les incomodan sus gritos, sus insistencias para venderles, sus frases repetidas, pero todos reconocen que desarrollan una labor digna y honrada.