El asesinato del activista conservador Charlie Kirk ha vuelto a poner en primer plano el debate sobre el uso de armas en Estados Unidos. El país más poderoso del mundo arrastra una larga historia de violencia política, que se remonta al asesinato de Abraham Lincoln en 1865, cuando el presidente fue atacado en un teatro de Washington por un actor que se oponía a sus decisiones contra la esclavitud. Desde entonces, magnicidios e intentos de asesinato han marcado la vida política norteamericana, con nombres como John F. Kennedy, Martin Luther King o Ronald Reagan.
La Segunda Enmienda y su permanencia histórica
Para el internacionalista Miguel Ángel Rodríguez Mackay, resulta imposible entender la magnitud del fenómeno sin mirar a la Segunda Enmienda de la Constitución de 1791. Este precepto garantiza el derecho a portar armas como parte de la seguridad de un Estado libre, y según el analista, se encuentra profundamente enraizado en la cultura estadounidense. "No se ha recortado nunca, y por eso es que en los tiempos de los cowboys, décadas después, el porte de armas era visto como natural", subrayó en entrevista.
El especialista recordó que, mientras el Partido Demócrata impulsa desde hace décadas propuestas de mayor regulación, el Partido Republicano ha defendido la vigencia absoluta de este derecho. Esa polarización, dijo, explica por qué cada nuevo atentado o tiroteo reaviva un debate que parece no tener salida. En el caso de Kirk, señaló, se trata de un episodio más en una ola de intolerancia y discursos extremos que no se limita a Estados Unidos, sino que se repite en otras latitudes de América Latina.
Rodríguez Mackay advirtió que la facilidad con la que un joven de 22 años pudo adquirir un arma para atentar contra Kirk evidencia un problema estructural. "En Estados Unidos, prácticamente es como comprar en una farmacia", señaló. A ello se suma la violencia cotidiana y la sensación de miedo colectivo que se activa en cada tiroteo. Para el experto, la normalización de la violencia armada refleja un profundo arraigo cultural, pero también una peligrosa resistencia a discutir seriamente los límites de la Segunda Enmienda.